
Evolución y transformación del PSOE
Hace un tiempo publicamos la primera parte de este artículo, en la cuál abordamos la evolución del PCE. En esta segunda parte nos centramos en el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que ha adoptado un papel fundamental a lo largo de toda la historia reciente de España, pues ha estado presente desde su fundación en 1879. A esta dilatada trayectoria se le suma la importancia adquirida durante la II República y el papel protagonista que ha adoptado en la democracia. El estudio de su evolución durante la Transición resulta un factor importante para comprender su estructura, naturaleza y aspiraciones actuales.
El PSOE en los primeros años del franquismo: la dicotomía entre la oposición interior y la oposición en el exilio
El PSOE no se había estructurado como una fuerza de oposición consistente durante los primeros años del franquismo. La cúpula socialista en el exilio, dirigida por Rodolfo Llopis, mostró una actitud distante hacia los focos de conflictividad obrera y estudiantil del interior, y se negó a seguir la estrategia “entrista” en las instituciones franquistas, por considerar que equivalía a legitimarlas; de esta manera, se produce un enfrentamiento ideológico con el PCE. La dirección del PSOE en el exilio miraba con desconfianza a las nuevas generaciones socialistas en el interior, y no intentó integrar al partido en la dinámica del movimiento social en el seno de la dictadura. El vacío dejado por los socialistas fue ocupado por el PCE y una serie de organizaciones sociopolíticas atentas al desarrollo de las nuevas generaciones y a las aportaciones del socialismo europeo, como la Agrupación Socialista Universitaria, que conformó a las nuevas vanguardias estudiantiles que pugnaron contra la dictadura a tenor de las movilizaciones de 1956. Otro movimiento de corte socialista fue el Frente de Liberación Popular, surgido del catolicismo progresista en su doble vertiente universitaria y obrera.
El XII Congreso en el exilio y la renovación del partido
Los jóvenes del interior, con el apoyo de una parte importante de militantes en el exilio, logran arrebatar la dirección del partido al grupo de Llopis en el XII Congreso en el exilio, celebrado en 1972. Se aprobaron resoluciones más radicales en el plano ideológico y se conformó una ejecutiva con más miembros del interior, impulsándose la participación de sus militantes en los movimientos sociales y levantándose el veto a las relaciones con el PCE. En 1974 se produce la elección de Felipe González como primer secretario del partido, quien destacó por su juventud y su identificación con las clases medias y populares, así como por su naturalidad y cercanía con los votantes. El apoyo de la Internacional Socialista al PSOE encabezado por González fue fundamental, pues lo legitimó frente al PSOE-histórico de Llopis y el Partido Socialista del Interior, liderado por Tierno Galván. La línea política del PSOE consistió en presionar al gobierno para que facilitara el establecimiento de una democracia aceptable, intentando que el partido ocupara la mejor posición posible en el nuevo sistema. Frente a un PCE que alentaba las movilizaciones, el PSOE defenderá públicamente la ruptura, al tiempo que adecuará su estrategia a las pautas reformistas que se estaban abriendo paso, situándose de esta manera en una cómoda situación política para participar del nuevo contexto de apertura controlada del régimen.
Las elecciones de 1977, los Pactos de la Moncloa y la redefinición doctrinal del partido
Los resultado de las elecciones de 1977 constituyeron un éxito incontestable para el PSOE; con el 29% de los sufragios, pasó de la marginalidad política a erigirse como la segunda fuerza política, fundamental para la redacción del texto constitucional. Esta situación tiene explicaciones múltiples: el importante apoyo internacional, el carisma personal del propio González, el respaldo de muchos medios de comunicación o las eficientes técnicas electorales del partido son algunas de ellas. Debe incidirse en la persistencia de una importante tradición socialista española, que seguía estando presente en una sociedad que se había guardado para sí sus inquietudes políticas durante el franquismo. Es muy cierto también que el discurso del PSOE permitió atraer el voto de los sectores moderadamente progresistas que deseaban una democracia de contenido social, pero recelaban de las otras opciones izquierdistas. La nueva posición del partido favorece la fagotización de las opciones socialistas dispersas, y la mayor disposición de recursos económicos permite instaurar un potente aparato burocrático de partido, aumentar la afiliación e ir allanando el camino hacia una posición política más moderada.

En lo que respecta a los Pactos de la Moncloa, el PSOE suscribirá los acuerdos, pero criticará fehacientemente el incumplimiento de los aspectos más progresistas. En el caso del texto constitucional, esta dualidad se hizo aún más evidente con el acalorado papel jugado por Peces Barba al denunciar el acuerdo tácito entre UCD y AP, o la actitud en defensa de la República que llevó a una votación sobre la forma de estado que el partido tenía perdida de antemano, pero que legitimaba su posición como partido principal de la oposición.
Tras las elecciones parlamentarias se hizo evidente que la dinámica consensual había reforzado a UCD. Ello implicó un cambio de estrategia del PSOE, que decidió erigirse como oposición al gobierno y renunciar a las señas de identidad más izquierdistas, que servían a la derecha para implantar temores infundados entre sus potenciales votantes. González buscó desideologizar el debate político y rebajarlo a nivel pragmático, fracasando en primera instancia en el XVIII Congreso del PSOE al intentar eliminar el término “marxista” de la definición del partido. El discurso de Felipe González, en el que dijo sentirse socialista antes que marxista, acabó reforzando su liderazgo. Los críticos perderían la batalla ante la propuesta de González, que ganó de forma aplastante en el Congreso Extraordinario celebrado algunos meses más tarde.
La existencia en la clandestinidad del Partido Socialista había sido el sustento de su programa antifranquista, que en el año 1972 se orienta hacia el discurso marxista. La formación de la militancia debía tener por objetivo cualificarla para llevar a cabo su proyecto de lucha contra el capitalismo y de instauración de un socialismo autogestionario. Esto cambia con las escuelas de verano del PSOE, en el marco de la Transición: comenzaron en 1976, una vez asentada la vía pragmática en el partido, y por tanto la desideologización del mismo y sus bases militantes. El conocimiento teórico y abstracto fue suplido por otro técnico y especializado, y las consignas sobre la lucha social se reorientaron hacia la gestión pública. El cambio en la política formativa fue indicativo del cambio de aspiraciones de un PSOE que había conseguido dotarse de una identidad concreta al amparo del marxismo, y una vez consolidado su papel político necesitaba reinventarse para poder constituirse en una alternativa sólida de gobierno.
El PSOE se había erigido partido de masas, con una militancia algo envejecida y con baja incorporación de jóvenes, siendo una formación representativa de lo que eran las clases trabajadoras del momento. Se establecían diferencias entre el afiliado histórico, el afiliado del franquismo y el afiliado de la Transición democrática: el histórico, crecido al amparo de la II República, poseía una actitud comprometida y utópica; el afiliado del franquismo practicaba una militancia activa e ideologizada, intelectual en muchos casos; el de la Transición, en cambio, no toma a la política como el centro de su vida, no estando especialmente formado ni informado políticamente. Esta exposición de la relación de fuerzas existentes en el seno del partido tiene mucho que ver con el cambio ideológico del Partido Socialista, pues los nuevos afiliados en el proceso de Transición y consolidación democrática acabarán desplazando a la vieja guardia socialista.
El PSOE triunfante: la victoria de 1982 y el definitivo asentamiento del partido
En lo que respecta al PSOE, el final de su reconversión ideológica fue radicalmente distinto al del PCE: el triunfo electoral de 1982, tras haber propiciado la ruptura del consenso durante la legislatura de 1979-1982, vino como resultado de su buen hacer político, al saber explotar la crisis terminal de la UCD, ocupando el amplio espacio político que ésta había dejado vacío. Se convirtió en el partido de la moderación y la modernización, en un nuevo discurso que se asentaba en una síntesis ideológica de perspectivas convergentes. La mayoría absoluta del Partido Socialista en 1982 no puede entenderse sin el liderazgo compartido de Felipe González y Alfonso Guerra, mano derecha y vicepresidente del PSOE. Ambos definían carismáticamente a los dos sectores del partido: el primero de talante reformista y aferrado al posibilismo, el segundo ostentador de un populismo seudorradical que sirvió para congraciar a los sectores más progresistas del partido con la imagen moderada y tecnocrática cultivada por los ministros del área económica.

Se conforma así una mayoría compuesta de grupos con un perfil ideológico moderado y un recetario socialdemócrata y progresista. El discurso de la modernización se asentó sobre la necesidad de propiciar la renovación de los mecanismos estatales obsoletos, la europeización y la apuesta por llevar a cabo una serie de estrategias compensatorias de la reducción salarial acordada en Moncloa, mejorando la Seguridad Social y generando avances en Sanidad y Educación. La financiación de estas medidas en tiempos de crisis se enfocó hacia la modernización de los mecanismos recaudatorios y la estructura productiva, a través de una innovación tecnológica y formas más racionales de gestión empresarial. Con respecto a la política exterior, el pragmatismo y los intereses nacionales llevan a elaborar un discurso sobre la posibilidad de desarrollar una política exterior pacifista desde la propia OTAN, renunciando a sus propias premisas ideológicas.
El incontestable éxito que obtuvo el PSOE pareció justificar con creces la pérdida de sus señas de identidad tradicionales y el cambio de sus recetas políticas, y fue el precio a pagar a cambio de erigirse como el principal partido del país, adoptando un papel protagonista en aspectos fundamentales como la modernización y racionalización de la administración pública, la gestión de los servicios sociales y la implantación de las autonomías.
REFERENCIAS:
ANDRADE BLANCO, J.A (2007): Del socialismo autogestionario a la OTAN: notas sobre el cambio ideológico del PSOE durante la transición a la democracia. En Historia Actual Online, núm. 14. pp 97-106
ANDRADE BLANCO, J.A. (2012): El PCE y el PSOE en (la) transición. Ed: siglo XXI. Madrid.
FUSI, J.P; SANTOS, J; JIMÉNEZ, J.C; GARCÍA DELGADO, J.L. (2007): La España del siglo XX. Ed: Marcial Pons, Ediciones de Historia. Madrid.
SOTELO, I. (1988): El PSOE en la transición. En Cuenta y Razón del Pensamiento Actual, (41), pp 47-52.
POWELL, C. (2001): España en democracia. Ed: Plaza&Janes.