
El ludismo fue un movimiento nacido con el desarrollo de la Revolución Industrial. Consistía en la destrucción de maquinaria que los trabajadores consideraban una amenaza para los puestos de trabajo. Nada más lejos de la realidad: las máquinas llegaban para facilitar unas labores que hasta entonces habían sido manuales. La problemática nacía de las condiciones de los empleados. La oferta de trabajo consistía en jornadas intensivas, con o sin la máquina. Por ello, el verdadero avance en las condiciones vino precisamente con la destrucción de los puestos de trabajo, y no de la maquinaria. Cuando la producción requirió de un fondo mecanizado tal que se hizo indispensable la utilización de tractores, telares industriales y de una mano de obra menos esclavizada, el trabajador exigió la creación de más empleos, que nacieron de la segmentación de los turnos, la regularización de jornadas laborales más cortas que permitiesen a más obreros trabajar. Esto es, donde antes trabajaban dos obreros en turnos de 12 horas, lo hicieron tres en 8.
En los últimos días hemos sido testigos de un nuevo globo sonda por parte del Ministerio de Trabajo al respecto de la posible instauración de una semana laboral de 4 días. Pese a entender la crítica por parte de los conglomerados empresariales al respecto, no parece una medida descabellada, y puede ser el paso necesario hacia un mercado laboral moderno y adaptado a las condiciones actuales. Desde la crisis del 2008 hemos observado como el sistema laboral español incorpora a la Seguridad Social unos niveles de paro que implican un gasto terriblemente elevado a las arcas estatales. También un dolo muy importante para aquellas familias que aquejan un desempleo de larga duración. Sin duda, las mencionadas críticas son legítimas: mucha micro, pequeña y mediana empresa debería hacerse cargo de una ficha más, de un nuevo salario que, en muchas ocasiones, les supondría la caída de la rentabilidad del negocio, y la consecución de unos márgenes de beneficios menores.
Las grandes empresas generaron el 33% del empleo en España el año pasado, según el informe Cifras Pyme 2019
Por ello, entiendo que esta medida debería ser aplicable en primer lugar a las grandes empresas, esas que tanto beneficio generan para el Estado y para sí mismas, y que podrían ser las primeras en adaptarse a estas nuevas posibilidades laborales. Según el informe de Cifras Pyme 2019, las grandes empresas generaron 5.600.000 empleos en nuestro país el año pasado. De estos 5.600.000 trabajadores, se supone que cada uno debería trabajar 40 horas semanales. Por lo tanto, las horas de empleo semanal producidas en grandes empresas serían 224 millones de horas. Si estas se dividieran nuevamente entre las 32 horas de las nuevas jornadas, llegaríamos a calcular que ahora trabajarían en esos turnos unos 7 millones de trabajadores: un incremento de 1,4 millones. Y solo con el cálculo sobre grandes empresas, siendo estas generadoras del 33% del trabajo actual. Por ende, podrían funcionar como los primeros vehículos de cambio hacia el nuevo sistema laboral.

El problema principal para la creación de estas jornadas en las pequeñas y medianas empresas reside en la instauración del nuevo Salario Mínimo Interprofesional. La creación de unos salarios más altos, por necesarios que sean, provoca que la contratación de nuevos trabajadores suponga, en muchas ocasiones, una utopía para unas empresas ya de por si supervivientes, sin un umbral de rentabilidad muy alto. Debería ser un proyecto de SMI gradual, unido a la generación de beneficios empresariales. Que contemple las circunstancias particulares de un sector empresarial que vive, y más en nuestros días, al límite.
Por ello, considero que el debate está en la línea que debe seguirse. Primero fueron las máquinas de hilar; luego, los tractores. Hoy por hoy tenemos unas herramientas virtuales que nos permiten el trabajo desde casa y nos facilitan muchas labores. Debemos luchar por que los medios beneficien al trabajador y a la empresa, y que no sirva como un yugo que destruya el empleo. El empleo se genera en base a las necesidades, y la tecnología favorece la atención de estas. Por lo tanto, la tecnología nos debe acercar a condiciones ideales, y no ser utilizada como un método de ahorro por parte del mundo empresarial. Debe funcionar como un instrumento para el trabajador y para su pagador, y no como una forma de hacer eficiente el rendimiento para la consecución únicamente de los objetivos de ahorro de la empresa. La sociedad debe beneficiarse del crecimiento de todas sus partes por igual para seguir avanzando. Ni se deben quemar los tractores ni se deben quemar los empleos.