
Poco se puede decir de un cómic tan aclamado como lo es Maus, de Art Spiegelman. Es el único en su medio, para bien o para mal, que ha logrado ganar un premio Pulitzer. Podríamos discutir sobre la metaficción que rebosan sus páginas, la ingeniosa metáfora de por qué a las razas – o etnias y grupos religiosos – se les atribuye distintas especies de animales, o podemos hablar sobre cómo omite el victimismo en toda la obra. La idea que más me ha convencido es la última, así que vamos a ver que tiene que contarnos el ars magna de Spiegelman.
Maus, para quién no lo sepa, es una novela gráfica que retrata la vida de Vladek Spiegelman – padre del autor – en los campos de exterminio nazi y las consecuencias de estas terribles vivencias en la vida de su hijo. Desde el principio se nos muestra a Vladek como una persona astuta, capaz de conseguir lo que se propone. Pero conforme va avanzando su experiencia con los nazis, después de pasar por mil sufrimientos y ver a otros sufrir, el Sr. Spiegelman sólo ha conseguido ser más racista, más machista y más manipulador de lo que sería en un principio. Dicho por su segunda mujer, Mala, Vladek era el estereotipo de judío que tanto detestaba el nazismo: el usurero. Es decir, el autor sabe perfectamente que, aunque su padre fuese víctima, también ha sido verdugo. Ha maltratado a sus dos esposas – una de ellas llegó al suicidio – y ha mirado a su hijo por encima del hombro, siempre a la sombra de su hermano Richieu, el primogénito, muerto durante la guerra.
En psicología hay un término llamado complejo de mártir. Este complejo se refiere a una persona que adopta una actitud de víctima, llegando a buscar incluso el sufrimiento con tal de alimentar esa necesidad psicológica que le atañe. Es harto curioso el hecho de que Art Spiegelman no haga que ninguno de sus personajes caiga en estos síntomas ni mucho menos. Hasta el propio escritor de la novela sabe que él tampoco es ningún santo, puesto que le guarda rencor a su padre e incluso llega a tener celos del fantasma de su pobre hermano fallecido.
En resumen podemos percibir que, tanto en la novela como en la vida misma, es muy fácil señalar al malo sin pararte a pensar en la parte en la que contribuyes a fomentar esa maldad intrínseca que siempre permanece latente en los seres humanos y sus acciones. No debemos caer y ser presas del complejo de mártir que consigue desdibujar para nosotros la línea de lo justo e injusto, de nuestra culpa y nuestros logros. Recomiendo encarecidamente la lectura de esta maravillosa obra para todo aquel que aún no lo haya disfrutado; pues a veces los amantes del cómic cometemos el error de dejar de lado a esos llamados “cómics alternativos” que tanto enriquecen al medio con sus recursos únicos y sus historias más alejadas del cómic comercial.