
El analfabetismo bilingüe tiene una influencia notable en la cultura. La pérdida de conocimientos esenciales de las asignaturas en favor del refuerzo del inglés supone un retroceso en el valor del español como lengua. Este problema en el conocimiento en profundidad de las materias por su limitación idiomática supone una menor preparación del individuo para sus estudios de grado, o su trabajo futuro, llegando incluso a limitar sus posibilidades culturales por desconocer una parte de la historia o la ciencia que debería traer de su época en el colegio y el instituto. Este desconocimiento del conocimiento nos retrae a la época del autodidactismo, pues todo aquello que se pierde por la limitación del temario de una asignatura, solo lo conoceremos por nuestro interés y trabajo personal.
Si ponemos el idioma extranjero por encima del conocimiento se produce una devaluación de la lengua española, pues aquellos contenidos especializados que están en español tienen menor importancia que los contenidos básicos en inglés. Al menos eso es lo que se entiende de este planteamiento de las materias que deben sufrir el bilingüismo obligado en la escuela. La devaluación de la lengua propia en relación con el valor bursátil creciente de la lengua inglesa provoca también una valoración mayor de la cultura anglosajona, y un interés marchito en los bienes culturales de nuestro país. Hasta ese punto nos ha llevado el proteccionismo del inglés, con aranceles al español. Es más culto y rimbombante decir que conoces la obra de Shakespeare, que mentar a Garcilaso, Góngora, Lope o Calderón de La Barca. Solo Cervantes conserva el renombre.
Muñoz Molina nos decía que el nacionalismo de la lengua no lleva al enriquecimiento de esta, ni de la cultura, y estoy de acuerdo. Igual que él, creo que este enriquecimiento tiene más que ver con un proteccionismo de la lengua propia como fuente de cultura que con un enaltecimiento a los cuatro vientos de lo afortunados que somos por hablar español, y luego restringir los productos de esta con impuestos abusivos, o permitiendo la piratería. Por otra parte, creo que tampoco hace crecer la lengua el sentimiento de inferioridad lingüística, pues es lo contrario a lo que defiende Muñoz Molina: se protege la lengua extranjera sobre la propia. Al final, todo se reduce a eso, un sentimiento de inferioridad que, en el caso de los nacionalismos del lenguaje, y como defendía Alfred Adler, se convierte en un complejo de superioridad. No se debe temer a la expansión de otras lenguas, pues es positivo el conocimiento de estas para la interacción con todo tipo de personas, pero no se debe descuidar la lengua española en pos de su conocimiento. La lengua española es la base, y la inglesa, el complemento. El libremercado lingüístico funciona en países con lenguas poco relevantes a nivel internacional, como Suecia o Finlandia. En España, funciona el proteccionismo cultural.