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Toda persona que siga el curso del río Lee, en el sur de la República de Irlanda, estará (conscientemente o no) recorriendo el mismo camino que el que el santo patrono y primer Obispo de la ciudad de Cork, San Fin Barre «el justo» o «el que actúa correctamente», recorrió en el siglo VII, en un momento en el que los seguidores de Cristo aún pugnaban con las divinidades paganas ancestrales por la supremacía religiosa. Las leyendas cuentan que recibió visiones de Dios, que una revelación divina le instó a abandonar su hogar, la isla de Gougana Barra, y andar durante kilómetros hasta llegar a un ligero promontorio no muy lejos de la orilla del río. Allí se detuvo y fundó su monasterio, el precedente arquitectónico de la actual catedral de Cork, alrededor del cual empezó a crecer poco a poco la ciudad.

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Fachada principal de la Catedral de San Fin Barre, construida a partir de sillares de piedra caliza de las canteras de Cork

La catedral de San Fin Barre data de mediados del siglo XIX. Los trabajos de construcción empezaron en 1865, después de haber demolido hasta los cimientos la anterior catedral por orden del entonces Obispo John Gregg, quien la consideraba indigna de la ciudad de Cork y, por ende, de su propia persona. Para ser justos con el Obispo, la verdad es que esta iglesia no era nada del otro mundo, por no hablar del pésimo estado en el que se encontraba: planta de cruz latina y una única y colosal torre con pináculo en su fachada principal. Una propuesta muy distinta de la del arquitecto que ganó el concurso, el excéntrico apasionado del Medievo William Burges, quien expuso su ambicioso proyecto en medio de un totum revolutum de planos repletos hasta los márgenes de arcos apuntados, rosetones y bóvedas de crucería. Lo cierto es que Burges era meticuloso y mucho, y se había encargado personalmente de diseñar los más mínimos e insignificantes detalles, hasta la última escultura o vidriera. Era de sobra consciente de la importancia del encargo y de cómo lo encumbraría como artista si lograba hacerse con él. Se trataba de la oportunidad perfecta para traer de vuelta en el tiempo a la Edad Media, de sentirse como un verdadero arquitecto de catedrales del siglo XIII. Pero también sabía que la obra maestra que poblaba sus sueños era de tal grandeza y de tales dimensiones que no se podría ceñir al presupuesto inicial de 15.000 libras, un importante dato que astutamente se aseguró de ocultar al Obispo hasta haber conseguido su propósito.

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Izquierda: cubierta con armadura del altar, policromada y dorada entre 1933 y 1935 siguiendo los diseños originales de William Burges. Derecha: nave central de la Catedral

Si bien el Gótico había vuelto a ponerse de moda en la época victoriana, cuando Burges entró en escena, hacía tiempo ya que los estetas observaban este estilo como una suerte de vulgar extravagancia, por decirlo delicadamente. Vinculado con el círculo de los Prerrafaelitas, Burges desoiría a lo largo de su breve carrera las mordaces críticas y burlas, y, amparado por las teorías de Ruskin, haría del Neogótico su sello personal, tal y como puede comprobarse al observar el castillo Cardiff, el castillo Coch, la iglesia de Cristo el Consolador, la iglesia de Santa María en Yorkshire o su propia hacienda, The Tower House. Incluso, recurriendo a su peculiar sentido del humor y a ingentes cantidades de opio, se tomaría la libertad de incluir una petite vengeance en el púlpito de la Catedral, al añadir al grupo de los cuatro Evangelistas a San Pablo, el rebelde asesino de cristianos que al final se redimió, sentado sobre un altar pagano invertido. Burges es San Pablo, dándole la espalda, o mejor dicho, poniendo sus santas posaderas sobre el orden neoclásico que tanto aborrecía. En ese sentido, podría comparársele con otro genio soñador que nació en la época equivocada, el francés Viollet-Le-Duc, quien también trató de resucitar el Medievo con su obra magna: la ciudad de Carcassone.

Fueron innumerables las veces, a cada cual más irritante, que el arquitecto le solicitó al Obispo más fondos. El caso es que la Iglesia de Irlanda no iba a desembolsar más dinero, incluso aunque esto repercutiera negativamente en la manifestación de la gloria del Dios protestante en la Tierra. El Obispo, tras devanarse los sesos, demostró grandes dotes de ingenio al acudir a los burgueses más prósperos de la ciudad de Cork, William Crawford de la fábrica de cerveza Beamish & Crawford y Francis Wise de la destilería de South Mall, rivales acérrimos. Se dice que a veces vale más una mano suave que una mano dura, y el Obispo dejó caer como si nada a ambos mecenas, por separado, que el otro había ofrecido una donación considerable, tratando al mismo tiempo de ocultar su propia desesperación. Dicho coloquialmente, como uno no quería que su torre fuera más pequeña que la del otro, ambos aportaron sumas de postín y como contrapartida las torres recibieron sus nombres en honor a tan desinteresado gesto.

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Izquierda: vidriera perteneciente al deambulatorio, representando la Huida a Egipto. Derecha: rosetón de la nave principal, con las escenas del Génesis. Se observan además algunos de los más de 4.000 tubos del órgano

También muchas familias de la ciudad pusieron su granito de arena para intentar terminar la catedral. Cada una de las vidrieras de las naves laterales, donde se representan las escenas del Antiguo Testamento, llevan el nombre de las familias comitentes, muchas de ellas vinculados con la francmasonería – la Catedral contiene los restos de la única mujer perteneciente a la Orden. Elizabeth Aldworth -. Asimismo, las matronas de Cork dejaron su propio legado al encargar la realización del atril que William Burges había diseñado para la Catedral de Lille, en Francia, pero que nunca llegó a acometerse. It was for Lille but Cork has. Decorado con viñas y con las cabezas de David y Moisés, este atril de cobre dorado es una obra de orfebrería única y preciosa que nos habla del amor de las gentes de Cork por la labor de este arquitecto.

Pero lo cierto es que, a pesar de los esfuerzos de las gentes de Cork y de que las labores de construcción se prolongaron hasta catorce años, la Catedral aún hoy está inacabada, tal y como atestiguan los capiteles sin policromar, las zonas sin pavimento y las vidrieras que no trascendieron de los diseños. Sin embargo, si la Catedral de San Fin Barre se distingue por algo es por la profusidad de detalles, por la riqueza de sus materiales -la mayor parte de las paredes están completamente cubiertas de mármoles procedentes de Cork, Kelkeny y Connemara- y la vastedad de su simbología: los signos del Zodíaco se mezclan con las escenas del Génesis, mariposas y otros insectos conviven con pirámides invertidas, pentagramas y escuadras; pájaros, pantocrátores sobre almendras místicas, caballitos de mar, arpas irlandesas, las Vírgenes Despreocupadas y las Previsoras, gárgolas. Todos ellos conviven conformando el particular Cosmos de William Burges, tan rico y heterogéneo, y que tan fácilmente deja con la boca abierta a todo espectador, y más si tiene la suerte de escuchar las notas del grandioso órgano. Como muy bien afirmó John Ruskin: «Podemos vivir sin arquitectura y practicar el culto sin ella; pero no podemos recordar sin su auxilio».

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Detalles de la sillería del coro. Cada uno de estos asientos, al reclinarse, muestra un animal diferente: caballitos de mar, murciélagos, ranas afeitándose mutuamente, polillas, lagartos, libélulas, saltamontes cabalgando caracoles, etc.

 

 

AGRADECIMIENTOS

A todo el personal de la Catedral por su amabilidad y excepcional disposición, que nos han inspirado para escribir este humilde artículo.

BIBLIOGRAFÍA

St Fin Barre’s Cathedral Cork. Jarrold Publishing. Dublin, 2015. ISBN 0-7117-2954-9

A Guide to the Stained Glass Windows of Saint Fin Barre’s Cathedral Cork. Saint Fin Barre’s Cathedral. 2013

Todas las fotografías son propiedad de la autora.

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