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Tras haber oído ciertos rumores sobre una pintora que estaba haciendo un mural (aún no sabía de qué) en el Aulario de Guajara, hace algunas semanas, decidí darme un salto por el campus para averiguar quién era esa misteriosa artista y cómo se me había podido pasar por alto tamaño acontecimiento (siempre ando por allí). Llego cuando el mural está casi acabado. Pero la artífice aún estaba al pie del cañón en el andamio, con sus pinceles y sus ropas llenas de manchas de pintura, dando los últimos retoques. Enseguida, siento curiosidad y ganas de acercarme para saber de qué iba todo aquello. Decido proponerle una entrevista para esta página web, en voz muy bajita, por miedo a quebrar esa atmósfera creativa que parecía envolver a todo el conjunto. Averiguo su nombre: Paula Calavera. Y me vuelvo a casa, abro Google y empiezo a hacer averiguaciones. Me sorprende comprobar que Paula ya goza de cierto renombre, sobre todo como muralista. Me sorprende más que nada por lo joven que es. Nacida en 1989, estudió Bellas Artes en la Universidad de La Laguna y desde entonces, ha realizado varias exposiciones y ha recibido el encargo de numerosos proyectos.

Varios días después decidimos tomarnos un café en el Aulario y mientras, realizar la entrevista. Aunque ciertamente más que una entrevista al final solo fue una conversación, ajena a cualquier clase de formalidad, en la que yo volqué con el más sincero interés una tonelada de preguntas.

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Paula Calavera junto al mural Las Conjuras (Aulario del Campus Guajara, Universidad de La Laguna)

Cuéntanos un poco cómo te surgió el proyecto, Paula.

El proyecto fue un encargo desde Patrimonio de la ULL. Severo Acosta, profesor mío durante la universidad, fue quien se puso en contacto conmigo. Podría decirse que es como mi padrino, siempre ha creído mucho en mí (dice que le recuerdo a Maribel Nazco). Querían que se hiciera un mural que homenajeara a mujeres destacadas dentro del ámbito del conocimiento, y también querían que quien lo realizara fuera mujer. Y como yo ya había hecho previamente obras en gran formato y otros proyectos similares, pues dieron conmigo. Y a partir de ahí empezamos a trabajar.

¿Cómo has titulado al mural?

Las Conjuras. En un principio, quería ponerle 225 años. Tres abuelas. Pero no me lo admitieron y me propusieron Mujer y conocimiento, un título que me parecía muy poco poético. Le di muchas vueltas. Y tres días antes de la inauguración, me vino. Pensé en las primeras mujeres feministas, las brujas o witches del Medievo, con sus conocimientos matriarcales, ajenos a la ciencia positivista. Y me pareció bonito aludir a esas otras formas de conocimiento que se alejan del discurso tradicional y patriarcal. Y también porque un conjuro viene a ser un remedio. Esas escenas de ellas en el mural, generando conocimiento, son un remedio contra ese ninguneo e invisibilidad que han sufrido ellas y otras mujeres en la historia. En fin, el título es un guiño a esa idea. También introduje otro guiño que me parece muy interesante y en el que no creo que se fije mucho la gente.

¿De verdad? ¿Cuál?

Reproduje la firma de una doradora del siglo XVII (entre María Rosa Alonso y Lola Massieu). Cuando consulté el Diccionario de Mujeres Artistas de Yolanda Peralta para documentarme para el mural, encontré los nombres de Ana Francisca y Juana de Herrera, de las que hay muy poca información. Ana Francisca fue doradora y llegó a ser reconocida en su época. En su momento acogió a Juana de Herrera, una mulata que estaba en un convento de La Laguna, y la tomó como aprendiz en su taller hasta que empezó a trabajar de forma autónoma. Entonces, el contrato que ellas firman es el primer contrato de formación que se conserva en Tenerife en el que las firmantes son mujeres. Es una historia bonita. Cuando fui al Archivo Histórico me consiguieron la firma de Ana Francisca y quise añadirlo al mural como un detalle residual.

¿En qué te basaste para configurar las imágenes de estas mujeres? ¿En fotografías?

Sí, exactamente. Salvo la de Bethencourt y Molina porque no hay documentos de ella. En su caso tomé imágenes antiguas, lo más coetáneas posibles a la época de Bethencourt, de mujeres en laboratorios y a partir de ahí creé su imagen, un poco recurriendo a la imaginación. No sé si te has fijado pero he seguido una línea temporal de derecha a izquierda, empezando por Bethencourt que nació en el siglo XVIII y terminando con Maribel Nazco, una artista contemporánea. Cada una de ellas – seis en total – encarna una rama del conocimiento.

Has optado por representar a algunas de estas mujeres en una edad avanzada, algo que se opone a los ideales tradicionales de belleza femeninos. ¿Buscas romper con este tabú?

Tendemos a identificar a las mujeres por su belleza de juventud. Trabajar la imagen de las mujeres cuando ya están en la tercera edad evita que se cree un juicio sobre su aspecto y que, por el contrario, nos centremos en sus méritos. En el caso de María Rosa Alonso, muchas personas, mientras estaba pintando, se me acercaron y me preguntaron si ella era un hombre. Fue bastante sorprendente pero también pensé «a lo mejor lo estoy logrando».

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Paula Calavera junto al mural Las Conjuras (Aulario del Campus Guajara, Universidad de La Laguna)

Me ha llamado mucho la atención la paleta de color que has utilizado.

He restringido mucho la paleta al turquesa, el violeta – es tanto el color de la Universidad de La Laguna como el del movimiento feminista – y el carmín. En un principio iba a realizar las figuras en blanco y negro, intentando hacer alusión a la imagen de archivo. Pero cuando empecé a pintar me di cuenta de que todo iba a quedar muy apagado y frío, con el turquesa de fondo. Empecé a meter carmines entre los grises y al final es así como ha acabado. Sin embargo, a pesar de la intensidad de los colores, creo que he conseguido cierta armonía.

Tengo la impresión de que el color es la parte más expresiva del mural. ¿También es la parte más importante de tu obra en conjunto?

El color siempre es lo más importante para mí pero es verdad que no soy muy racional a la hora de elegir los colores. Creo que es un poco como la imagen que proyectas de ti misma. El color se ha ido industrializando tanto que el hecho de que un color sea personal, que tengas tu turquesa o tu carmín, refleja tu mirada. Yo tiendo a saturar los colores, por ejemplo, aunque luche por neutralizarlos. Pero es así como me sale, habla de mi personalidad y eso es algo que no se puede controlar. Con este mural me he dado cuenta de lo saturada que es mi paleta. El mural al fin y al cabo, no permite tantas sutilezas y matices, y hay que tener en cuenta que está expuesto a los elementos y que se va a degradar más rápido. Pero aún así he sentido que tengo que aprender a «moderarme» un poco y sacar una paleta más «de estudio» pero no por ello menos amable.

Tu obra desde el principio ya inspiraba curiosidad entre los universitarios que transitaban por el campus. 

Sí, es verdad. Muchas veces se acercaban a preguntarme. Curiosamente, lo que más me han preguntado es si yo hacía sola el mural. No sé si por el tamaño de la superficie o porque veían un andamio «demasiado grande para mí» al fondo. Si fuera un hombre creo que no me lo hubieran preguntado.

¿Qué te hubiese gustado que te preguntaran?

Me hubiese gustado que me preguntaran cuál era mi nombre, para que me buscaran en las redes y curiosearan mi obra. Que se interesen más por mi capacidad de mover el andamio es un poco triste.

¿Podría decirse que tu medio de expresión o, digamos, el formato con el que te sientes más a gusto trabajando es el mural?

Empecé a realizar murales después de hacer pintura de gran formato en la universidad, algo a lo que se anima mucho al alumnado en el último año de la carrera. Y tuve suerte porque me pilló un momento en el que había oferta para hacer murales, coincidiendo con el boom institucional del arte urbano. El muralismo ha calado de nuevo como pintura contemporánea y hay muchas oportunidades. Entonces, la elección de la pintura mural no ha sido tanto por una cuestión ideológica de que yo venga del grafiti, sino porque me han surgido esas oportunidades y eso me ha llevado hasta aquí.

Entonces, ¿prefieres pintar sobre lienzo?

Yo aún no he hecho un mural con el que me sienta totalmente satisfecha. Me siento más cómoda con el soporte flexible, sobretodo porque el arte público, al tener que «valer» para todo el mundo, te limita. No puede haber confusiones, tienes que ser más clara y específica con lo que quieres transmitir. La gente que lo ve no suele estar acostumbrada a ver pintura y no es la pintura lo que le interesa realmente.

Claro, estás expuesta a las críticas desde el principio, no tienes la intimidad del estudio…

Exactamente. Desde el principio te estás planteando el juicio que va a despertar la obra, y cuando estás sola en el taller eso no pasa.

¿Sigues algún ritual cuando te enfrentas a un proyecto?

Trabajo mucho de memoria pero a veces hago bocetos o fotografías. Con el mural no te puedes permitir improvisar porque no hay tiempo para correcciones. El boceto suele ser bastante cerrado pero luego siempre está sujeto a cambios. Aunque ya sepas previamente dónde vas a trabajar y en qué superficie, cuando estás in situ ves cómo cambia la luz, cómo incide sobre los colores. Trabajar en conjunto es complicado, por eso es importante seguir un orden aunque luego aburra y necesites añadir algo más espontáneo.

¿La figura femenina siempre ha sido una constante en tu obra?

Pues no. Yo empecé trabajando el paisaje, que me parece la temática más actual dentro de las temáticas tradicionales (bodegón, figura humana, etc.). Fue en este terreno donde sentí que podía aportar más al finalizar la carrera. Ahora estamos viviendo una desnaturalización del paisaje y yo quería «hablar» de esa presencia industrial, de cómo al final el artefacto tiene una vertiente poética como parte de esa naturaleza. No llegué a pintar paisajes urbanos sino que me centré en contraponer elementos artificiales -torretas, por ejemplo- en paisajes naturales, ya periféricos y que han sufrido deformaciones pero que aún no son urbanos. Lo sublime del artefacto humano frente a lo sublime de la naturaleza. La montaña puede ser admirable y bella, pero también pueden serlo estos artefactos monumentales con los que yo he llegado a vivir verdaderas experiencias estéticas.

Después de la carrera continué con el tema del paisaje. Me interesé por el concepto del jardín pero llegó un momento en que me dije «¡qué haces pintando flores!». Empecé a pintar interiores y espacios domésticos como reflejo del interior del ser humano y su espiritualidad. Es un tema lleno de intimidad y ensueño que aún hoy sigo trabajando y creo que seguiré.

Sin embargo, tu exposición Señoritas, realizada en la recova de Nuestra Señora de África en 2016, no encaja mucho en la línea de esos proyectos. De hecho, llegué a pensar, leyendo sobre esa exposición y viendo este mural, que la figura femenina y la reivindicación feminista sería un leitmotiv en tu obra.

Sí, es verdad que el mural tiene mucho que ver con esa exposición. Cuando me llamaron para realizar este mural, vine cargada con las imágenes que había hecho para Señoritas, que fue en parte una revisión de las Señoritas de Avignon de Picasso. Deseaba reflejar el contraste entre las señoritas de hace cien años y las de ahora. Que la mujer pasara de ser el objeto al sujeto creador. Las hice grandes y de pie, no tumbadas. Y con los ojos cerrados, como mirando hacia dentro, hacia su femineidad negada.

Entonces, sí, podría decirse que mis intereses principales y que van a ser una constante en mi obra son el paisaje, los interiores y la perspectiva de género. Con este último me siento muy cómoda y siento que todavía puede suscitar en mí mucha reflexión. Ahora estoy preparando, de hecho, una pieza para la exposición 25 PIES del Cabrera Pinto y estoy pensando en elegir personajes concretos para trabajar. Por ejemplo,  me apetece Josefina Pla. No quiero hacer algo facilón pero aún no tengo claro cómo hacer para no caer en el cliché de mujeres y el homenaje histórico.

¿Qué otros referentes tienes y que han influenciado a tu obra?

Pues precisamente traje una lista para no olvidarme. Antes me agobiaba no conocer y no tener las suficientes referencias, pero ahora he asumido que las cosas te van llegando. Prefiero ir aprendiendo por ósmosis, como decía Andrés Rábago. Mis principales referencias son Sonia Delaunay, Maribel Nazco, Lola Massieu, Pedro González, Haruki Murakami, Almudena Grandes, Gabriel García Márquez -aunque tal vez con la perspectiva de género ya me ha cambiado un poco la visión que tengo de él-, Oscar Wilde, Josefina Pla, Cortázar, Sartre, Virginia Woolf, Maria Zambrano, Margaret Atwood -que ahora está muy de moda, con El Cuento de la Criada-, Miguel Hernández, Elvira Sastre, Alejandra Pizarnik, Pino Ojeda, Joaquina Viera y Clavijo, Nacha Guevara, Elza Soares, Rita Indiana, entre muchos otros.

Ya pasando a un terreno mucho más personal, ¿cuándo supiste que querías ser artista?

Siempre he sido una persona muy creativa. Cuando terminé el bachillerato de arte, decidí que quería ser escultora. Me encantaba estar en contacto con la materia. Mi padre me animó a hacer lo que me apasionaba, porque para él lo importante era el paso por la universidad y no tanto el contenido. Y empecé la carrera como escultora pero poco a poco comencé a meterme en la pintura, y yo siempre digo que fue un proceso en el que yo entré en la pintura y la pintura entró en mí. Al principio, no tenía la madurez y hacía todo de forma inconsciente o intuitiva, hasta que pude dominar la técnica y conseguí poder transmitir lo que realmente quería.

 

¿Cuáles son tus futuros proyectos? ¿Cómo te gustaría evolucionar?

A raíz de este proyecto (el mural) he comenzado a trabajar en otro que quiero titular 29 primaveras, con la intención de que vea la luz antes de que yo cumpla los treinta. Sería algo así como un Señoritos, para visibilizar nuevas masculinidades y la parte femenina que subyace en todo hombre. Hablar de su intimidad, redefinir el concepto de lo masculino.

¿Tienes pensando saltar a la esfera internacional?

Nada me gustaría más, sería un sueño. Este verano viajo a Barcelona para pintar en la convocatoria de 12+1 de la Fundación Contorno Urbano. Salir es importante y necesario para formarse. Me gustaría viajar más, participar en festivales. Pero no es mi intención salir indefinidamente de aquí. Siempre querría volver.

Tu obra ha tenido mucha acogida desde el principio. Has recibido proyectos, has tenido muchas oportunidades. ¿Crees que existen esas oportunidades para todos los que estudian Bellas Artes?

Es complicado. Yo considero que he tenido mucha suerte desde que salí de la carrera. Pero no es lo común. Entonces, es una cuestión de que el mundo te dice que no y tú tienes que decir que sí. Todos los días. Te tienes que levantar y decir «esto es importante. Lo más importante». Es una lucha contigo mismo, con el mundo. Muchas veces nos rendimos por la presión social. Las responsabilidades y la vida te van presionando para que abandones ese camino. Hay que dedicarle muchas horas, tienes que saber que vas a fallar, que las cosas te tienen que salir mal para que salgan bien. Pero también pienso que la gente creativa tiene una mente divergente que hoy en día hace mucha falta. Son personas útiles para la Humanidad y salidas hay. Pero es difícil porque el interés de quienes generan esas oportunidades no es el arte.

Para terminar, ¿cómo valorarías la experiencia de pintar este mural?

He sufrido y disfrutado a partes iguales. Estaba nerviosa por no haber sabido manejar toda la información, por no haber hecho una buena investigación, por no saber transmitir lo que pensaba y sentía. Lo que más me daba miedo era que la gente valorara el mural en plan «ah hoy es el día de la mujer, qué mural tan bonito». Pero lo he hecho mío y ha calado profundamente en mi trayectoria como artista y como persona. Y eso es lo más importante: aprender a cada paso.

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Plano derecho del mural Las Conjuras (Aulario del Campus Guajara, Universidad de La Laguna). De derecha a izquierda, María Bethencourt y Molina, Pilar de la Rosa Oliveira y Mercedes Pinto

 

 

 

 

 

 

 

 

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