
El papel del lenguaje en la función intelectiva
Los estudios humanísticos, y particularmente los historiográficos, se desarrollan en el marco de una serie de planteamientos sobre la naturaleza humana y el método científico, que han ido reinventándose y evolucionando – si es que puede emplearse tal calificativo – con el paso de los años. Ello ha llevado a los investigadores a enfocar su trabajo siguiendo una serie de pautas o paradigmas, organizándose en una serie de tendencias o escuelas historiográficas, que clasifican las aportaciones de la investigación en función de las premisas y conceptos en las que éstas se fundamentan.
El giro lingüístico es un planteamiento de las ciencias sociales que asume que la percepción que tenemos del mundo está condicionada – e incluso determinada – por el lenguaje que utilizamos para comprenderlo. Según este presupuesto, el discurso de la historia sería un constructo, un artificio, una suerte de impostura documentada sobre el pasado. Todos estos supuestos se sustentan sobre una nueva conceptualización del lenguaje, que en el pasado había sido entendido como una herramienta de transmisión del conocimiento, y que ahora recibe un papel activo en el proceso intelectivo; es decir, no podemos pensar aquello que no puede plasmarse en palabras.


La realidad histórica es caótica y amorfa hasta que la historiografía concatena los fenómenos y les da una explicación: los hechos históricos están relacionados entre sí, sometidos a una trama y jerarquizados, recibiendo un sentido que no está exento de subjetividad. La praxis historiográfica se define como un ejercicio retórico; los historiadores escriben un relato que debe ceñirse a las posibilidades de expresión existentes, y que por tanto está sujeto a las mismas técnicas y limitaciones de la literatura.
La nueva praxis historiográfica: una defensa de la historia como ciencia
Frente a la actitud positivista, que asumía sin fisuras lo recogido en las fuentes escritas, la nueva historiografía debe someterlas a un proceso de deconstrucción, analizando lo que el texto pretende decir y cuál es su intencionalidad. Así la fuente deja de ser una verdad absoluta y pasa a convertirse en un obstáculo situado entre los hechos y el historiador, que ve mediatizado su análisis histórico por la dependencia de una información limitada y a menudo parcial. A este hándicap debe sumarse la propia subjetividad del historiador, definida por su mentalidad y sus limitaciones intelectuales.
La realidad acontecida se expresa según un discurso que nunca es neutro, y por tanto sus matices pueden orientar la interpretación de los hechos en uno u otro sentido. Estos enfoques pueden suponer una amenaza contra la verdad histórica, y es por ello que deben ser cuidadosamente asumidos y explicados por los autores, que asimismo deben comprender cuáles son las circunstancias y contextos en los que realizan sus aportaciones y cómo estos pueden deformar su discurso.
La nueva historiografía se ha centrado en abandonar algunos principios fundamentales en las escuelas clásicas. El primero de ellos es el paradigma de la historia global, que buscaba articular los distintos niveles de la sociedad en una única historia universal, con unos condicionantes y resultados genuinos y aplicables a la totalidad de sociedades e individuos, sin tener en cuenta una serie de elementos que resultarían característicos y exclusivos de una parte de los mismos. Por esa misma regla se abandonan los estudios regionales, restringidos a un ámbito geográfico reducido, y por tanto aislados del análisis de aquellos fenómenos que se ven extendidos fuera de esos entornos concretos. Otra barrera que se supera es la idea de que la estratificación social condiciona los productos culturales, y con ello el supuesto de que la situación en el organigrama social determina el pensamiento y la cultura de los individuos.


El discurso histórico tiene un elemento de verdad, pues se apoya en una serie de materiales referentes a una realidad acontecida. Estos materiales o fuentes pueden sufrir deformaciones, y el historiador debe considerarlas, pero constituyen un testimonio directo del pasado. Por otra parte, los procedimientos del historiador están plenamente acreditados y contrastados, trabajando sobre una serie de pruebas empíricas que deben servir de soporte para las conclusiones de la investigación, que no son nunca definitivas: pueden ser superadas por historiadores posteriores, que depuren sus defectos formales, conceptuales e incluso factuales.
La historia es una disciplina narrativa, lo que implica el empleo del lenguaje y el desarrollo de un relato. Esto no tiene por qué deslegitimar su valor como disciplina científica, siempre y cuando queden plenamente explicadas las motivaciones y el marco teórico y conceptual que se utiliza a la hora de estudiar y explicar los fenómenos históricos. En cualquier caso, esta capacidad narrativa puede ser una ventaja a la hora de transmitir el conocimiento, haciéndolo asumible para una mayor cantidad de individuos y permitiendo generar un debate que supere las barreras del gremio. En cierto sentido, el carácter divulgativo de la historia debería respetarse y utilizarse en las demás disciplinas científicas, a menudo profundamente encerradas en sí mismas e incapaces de transmitir sus innegables logros a un espectro social amplio.
Después de todo, cuando estás enamorado, quieres contarlo a todo el mundo. Por eso, la idea de que los científicos no hablen al público de la ciencia me parece aberrante (Carl Sagan).
Que estas palabras nos sirvan de reflexión y de argumento para transmitir el conocimiento, democratizándolo y haciéndolo accesible para todos. La historia, a pesar de sus limitaciones, tiene la capacidad de ser transmitida a través de la narración, herramienta fundamental e incombustible que desde Homero es fuente de erudición y sabiduría.
REFERENCIAS
BIERSACK, A. (1989): The new cultural history. Ed. Lynn Hunt. Berkeley: University of California Press.
CHARTIER, R. (2002): El mundo como representación: estudios sobre historia cultural. Gedisa.
DE CERTEAU, M. (1993). La escritura de la historia. Universidad Iberoamericana.
GADAMER, H. G; OLASAGASTI, M. (2005). Verdad y método. Ed. Sígueme, Salamanca.
KOSELLECK, R. (1993): Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos. Ed. Paidós Básica.
RICOEUR, P. (1984): Temps et récit. Editions su Seuil.
SPIEGEL, G.M (1990): History, historicism, and the social logic of the text in the Middle Ages. Speculum.
WHITE, H. (1992). Metahistory: the historical imagination in the 19th Century Europe. JHU Press.
WIKIQUOTE (Carl Sagan): https://es.wikiquote.org/wiki/Carl_Sagan
Mención especial merece Don Francisco Tomás Fajardo Spínola, profesor e investigador de la Universidad de La laguna, cuyas lecciones sobre la Historia de las Mentalidades han constituido un elemento fundamental para la elaboración de este artículo.
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